Desde la complejidad
de la personalidad vasca a la predicción del futuro político inmediato en
Euskadi.
Una
de las características vascas más peculiares en su preferencia por los
subgrupos, por el sentido de pertenencia a una comunidad muy reducida y de
rasgos identitarios bien definidos, especialmente en lo geográfico. En Euskadi
casi nadie se siente sólo vasco, sino vasco de un territorio histórico concreto
(Bizkaia, por ejemplo), y de un barrio de una población específica (como
Indautxu en Bilbao), e incluso busca reductos aún más acotados, como el colegio
donde estudió y de donde proviene su cuadrilla de amigos de siempre.
La rivalidad entre
vecinos, propia de todo el mundo y manifestada notablemente en lo
deportivo, es singularmente evidente entre los vascos. Quizá fue la orografía
física del terreno la que marcó a través de la organización comunitaria esa
idiosincrasia del pueblo euskeldun, sumamente defensiva de lo propio,
con sus matices desde idiomáticos con la multiplicidad dialectal del euskera
(de cada euskalki) hasta los modelos administrativos con sus ancestrales
instituciones forales.
Claro está, todo esto
resulta sumamente extraño a los foráneos, y muy especialmente desde el
sentimiento generalizado de los españoles de la “una, grande (y libre)” o desde
la “grandeur française” de la gran mayoría de los franceses.
Lógicamente, la política vasca sigue esas pautas de aprecio de la minoría bien
reducida y especificada. La fragmentación y complejidad del panorama partidista
vasco, en la Comunidad Autónoma Vasca, en la Comunidad Foral Navarra e incluso
en Iparralde, causan perplejidad a los observadores externos.
La historia política más
reciente muestra señaladamente esta pluralidad partidista y de aprecio por las
minorías, aunque siempre desde el liderato de un
Lehendakari del Partido
Nacionalista Vasco, impenitentemente en minoría mayoritaria. Sin remontarnos al
puzzle de partidos del
primer gobierno vasco presidido por
José Antonio Agirre en 1936,
desde la transición democrática la gobernabilidad vasca en la CAV ha estado
permanentemente marcada por el aprecio hacia la suma de minorías. El
Lehendakari
Carlos Garaikoetxea pudo
gobernar desde 1980 como si tuviese mayoría legislativa por la inasistencia
institucional de Herri Batasuna. El Lehendakari
José Antonio Ardanza hubo de
pactar con el PSOE en 1987, incorporando socialistas al Gobierno vasco durante
dos legislaturas y media hasta la salida electoralista del PSOE en verano de
1998. Finalmente, el Lehendakari
Juan José Ibarretxe hubo de
acortar su primera legislatura por la insuficiencia parlamentaria y sólo los
extraordinarios resultados de la coalición PNV-EA en 2001, con la pérdida de
electorado de Euskal Herritarrok por la ruptura de la tregua de ETA, permitió
que algunos imaginasen un panorama de mayoría absoluta a partir del 17-A.
Las urnas reiteraron, una
vez más, la insistente y variada pluralidad de la sociología vasca. Las leves
oscilaciones se explican por el sumatorio de efectos: “Efecto Guggenheim”
mayoritario de quienes defienden que el máximo autogobierno vasco ofrece mayor
bienestar, aunque por el “efecto Adormidera” no se hayan movilizado los
más tibios aletargados al no percibir en peligro la Lehendakaritza; “Efecto
de Bipolarización”, que si en 2001 benefició a los extremos PNV-PP ahora ha
favorecido al PSOE-EHAK; “Efecto Carod-Rovira” que catapultó a ERC de 1 a 8 diputados
por la demonización de Aznar y que aquí ha
despertado la simpatía por el débil EHAK (o la aparentemente desahuciada
Batasuna); y el “Efecto
Vasos Comunicantes” entre los antinacionalistas vascos
en función de quien gobierne en Madrid. No parecen haber rendido dividendos ni
el “efecto ZP”, válido en otras latitudes, ni aún menos el “efecto
Aldaketa” (si no sabe de qué va, ni se moleste en buscarlo) de los
trásfugas que son fieles a su deseo de gobernar. Basta ver su actual pataleo
por quedar apartados de la labor de cocina que está llevando a cabo el partido
para el que pidieron el voto, el PSOE, que siempre actúa como “coche escoba”
que recoge hasta a un Pablo Mosquera, fundador del PP en Álava y luego de la
Unidad Alavesa ahora extinta.
A
pesar de todos los “efectos electorales” actuantes, el electorado redescubre el
17-A el reparto habitual: Un 55 % de nacionalistas vascos al presente en
EAJ-PNV, EHAK, EA y Aralar, un 5% de federalistas en EB (IU), totalizando un
60% que aprobó el “Nuevo Estatuto para Euskadi” y un 40% de constitucionalistas
(22% de autonomistas partidarios de una reforma estatutaria limitada y un 17%
anclado en el inmovilismo). La posición clave la ocupa la coalición PNV-EA,
casados por D’Hont, que cuenta con el 38,3% del electorado (42% en las autonómicas de 2001 y 36,6% en 1998), siendo la lista más votada en los tres
territorios históricos (en 1998 lo fue el PP en Araba y EH en Gipuzkoa), y con
463.873 votos casi igual a la suma (481.224) de los partidos segundo y
tercero, PSOE y PP.
Con todo esto, tras la
acreditación de un tercio de parlamentarios el calendario sufre una chocante
aceleración en lo referente a la constitución
del Parlamento Vasco, prevista para
el próximo 16 de mayo, en tanto se pospone la formación del nuevo Gobierno
hasta mediados de junio para madurar a las opiniones públicas vasca y española
de lo que se está pactando. ¿Datos? El País y la SER, generalmente bien
informadas desde el PSOE de Madrid, apuntan a Idoia Zenarruzabeitia como relevo
de Juan Mari Atutxa para presidir el Parlamento Vasco. Sería una buena elección
de consenso para fraguar un acuerdo entre “casi” todos (no le pregunten a
Madrazo), quedando una Mesa impecable en orden de representación (PNV-PSOE-PP-EHAK-EA),
gobernando a una Cámara femenina una mujer de valía, pero dejando un sospechoso
hueco en la Vicelehendakaritza… Pero para elucubrar sobre el futuro Gobierno ya
tendremos algo más de tiempo, según se produzcan algunos acontecimientos,
probablemente históricos, por parte de todos los agentes políticos vascos.
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