Lo
que atemorizó al planeta durante décadas ya
no asusta ante nuevos enemigos como
el terrorismo. Pero persiste el riesgo
de un holocausto
nuclear.
Las
armas nucleares,
basadas en
reacciones de
fisión atómica o de
fusión nuclear, cuentan desde el
inicio del
Proyecto Manhattan
con una historia de
apenas 65 años. Pero no se han jubilado. Han pasado a segundo plano, porque la
“guerra fría” se desdibujó tras la caída y desintegración de la Unión
Soviética. Pero aún restan más de 15.000 ingenios nucleares capaces de
extinguir toda forma de vida en nuestro planeta.
El descubrimiento
del neutrón por
Chadwick
en 1932, permitió que sólo siete meses después (el
12 de septiembre de
1933) el físico
Leo Szilard,
comprendiese que era posible generar inmensas cantidades de energía mediante
reacciones neutrónicas en cadena. El
4 de julio de
1934,
Szilard
solicitó la patente de una bomba atómica, describiendo la reacción y el
concepto de masa crítica. La patente le fue concedida, por lo que
Leo Szilard
fue el inventor de la bomba atómica. Al obtener la patente, se la ofreció como
regalo al
Reino Unido, confiando en que la
caballerosidad británica evitaría que su invento fuese mal empleado alguna vez;
sólo aceptaba que fuera usada contra los nazis si éstos la desarrollaban por su
cuenta.
En los
preámbulos y el desarrollo de la II Guerra Mundial, sólo hubo tres proyectos de
construir una bomba atómica: el programa alemán, el francés y el
angloamericano, siendo éste el único que lo concluyó a tiempo para intervenir
en la última fase de la contienda, acabadas ya las hostilidades en Europa. La
Alemania nazi carecía de fuentes de uranio, había perdido a sus científicos de
origen judío y otros no colaboraron con el nazismo, y le faltaba de la
capacidad industrial. Sus avances difícilmente hubiesen alcanzado algún
resultado antes de 1950. El programa nuclear
francés se vio interrumpido en sus
albores por la ocupación nazi de la parte principal del país.
Con científicos
alemanes expatriados, como Frisch y Peierls, el Reino Unido avanzó en el
análisis teórico de la
fisión rápida del uranio U-235. El 3
de septiembre de 1941, Winston
Churchill decidió construir una
bomba atómica, pero en diciembre el proyecto fue transferido a los EE.UU.,
donde el
9 de octubre de
1941,
Franklin Roosevelt
había autorizado la producción del arma atómica. De forma conjunta, y bajo la
dirección de
Julius Robert H. Oppenheimer, se
puso en marcha el
Proyecto Manhattan.

El
16 de julio de
1945
se detonó la primera bomba de fisión en la desértica zona de pruebas de
Alamogordo (Nuevo
México), con una potencia de 17,5 Kilotones (1 KT equivalente a mil
toneladas del explosivo convencional TNT). Al mes siguiente, se lanzaban dos
bombas atómicas sobre Japón. El 6 de agosto, la primera bomba A lanzada sobre
Hiroshima
causó inmediatamente 90.000 muertos. El 9 de agosto la segunda bomba ocasionó
en
Nagasaki
la muerte inmediata de 60.000 personas, además de los miles de heridos e
irradiados que fallecieron posteriormente. Las trágicas
secuelas
de ambas bombas, las únicas empleadas en guerra por autorización de
Harry Truman,
aún perduran entre los supervivientes y sus descendientes.
El 15 de agosto de
1945 finaliza la II Guerra Mundial, e inmediatamente la ventaja nuclear de
EE.UU. asusta a su “aliada” (hasta entonces) la Unión Soviética.
Josef Stalin
entra en la carrera nuclear, con una doble vía de la tecnología propia y del
espionaje. Con los datos del espía
Klaus Fuchs, que les proporcionó los
planos finales de la bomba de Nagasaki en junio de
1945, la URSS explosiona el 29 de
agosto de 1949
en el polígono de Semipalatinsk (Kazajstán),
una copia exacta de la bomba de
Nagasaki que liberó una potencia de
22 KT. Dos años después, el 24 de septiembre de 1951 detonaron otro ingenio de
diseño propio más refinado, de la "generación uno y medio". La
Guerra Fría Nuclear había comenzado.
Pronto se suma otras
potencias a la carrera nuclear. El 3 de octubre de
1952,
el Reino Unido hace estallar su primera bomba atómica británica, a bordo de un
viejo buque anclado cerca de la isla Trimouille (Australia).
Francia, tras la debacle en la
Indochina francesa (Vietnam),
y la humillación de la confiscación del
canal de Suez (octubre de 1956)
gracias a que EE.UU. dejó sin apoyo a sus aliados, acelera su programa nuclear
y el 13 de febrero de
1960 prueba su
primera bomba en el
Sahara argelino.
China, con asistencia inicial de la
URSS, el 16 de octubre de 1964 detona su primera bomba A en el campo de
pruebas de Lop Nor. Por esas fechas, Israel, había madurado su secreto programa
nuclear aprovechando la transferencia de tecnología francesa. Parece confirmado
que Israel en 1967, durante la guerra de los Seis Días disponía de 2 bombas
atómicas que entraron en alerta. El 22 de septiembre de
1979
se produjo una misteriosa explosión nuclear en el sur del
Océano Índico, que nadie se cree que
fue una prueba conjunta sudafricana-israelí.
India, con asistencia civil occidental
preliminar, detonó el 18 de mayo de
1974
un dispositivo atómico en el desierto de Thar (Rajastán).
Tras la entrada de la
India en el selecto club atómico, su
vecino Pakistán
tardaría años en dotarse de su primera bomba por las estrictas restricciones a
la exportación de tecnologías de doble uso impuestas por las grandes potencias.
El 28 de mayo de 1998
Pakistán una prueba de 5 explosiones atómicas simultáneas en
las montañas del
Beluchistán. La fecha se precipitó
porque India había probado su primera bomba H termonuclear el 11 de mayo de
1998.
Mientras más países se
dotaban de bombas atómicas de fisión atómica, bombas A, las potencias entraron
en la carrera de las bombas H, de fusión nuclear con
isótopos del hidrógeno. Estados
Unidos probó el 1 de noviembre de
1952
la primera bomba termonuclear en el
Atolón de Enewetak, en el
Océano Pacífico, con una potencia de
10,4 MT. Aunque hubo un arsenal de estas "bombas H de emergencia",
EE.UU. no dispuso de bombas H
con normalidad hasta 1955, o quizá 1956.
Como a continuación veremos, esto significa que la ventaja tecnológica real con
la URSS en materia de armas nucleares se había perdido. La
Unión Soviética esperaría hasta
el 22 de noviembre de
1955 para probar
su bomba H en
Semipalatinsk, pero su obra era
plenamente operativa militarmente.
Las restantes potencias militares también
fueron logrando sus propias bombas H. El Reino Unido
en noviembre de 1957;
China en 1967 sólo
32 meses después de su
primera bomba A; Francia esperó hasta
principios de 1977
para instalarlas a
bordo de sus submarinos nucleares.
Israel parece contar con un
arsenal reducido de armas
termonucleares. India, tras más de 20
años sin pruebas
nucleares, realizó su primera prueba termonuclear el 11 de mayo de
1998,
acelerando –como se ha expuesto en líneas precedentes- la decisión pakistaní de
realizar sus pruebas con armas de fisión, dos semanas después.
La distribución del arsenal
termonucleares actual concentra en EE.UU. un total de entre 5.000 y 10.000
cabezas nucleares desplegadas. Rusia, heredera nuclear de lo que fuera la URSS
y tras el desmantelamiento voluntario de Bielorrusia, Ucrania y Kazajstán,
acumula entre un
mínimo de 1.500 y un máximo de 3.500
ojivas operativas. Francia es la tercera potencia en armamento nuclear con
entre 500 y 1000 artefactos nucleares. El Reino Unido cuenta con un máximo de
250 cabezas nucleares, mientras China
dispone de entre 70 y un
máximo de "varios centenares" de
ojivas.
Israel con entre 100
y 200 cabezas nucleares desplegadas y operacionales, India con 200 cabezas
nucleares y Pakistán con unas 50 armas atómicas a lo sumo, cierran el club
atómico. Sudáfrica, que construyó al menos
diez bombas atómicas de
uranio enriquecido, es el único país de las desmanteló y renunció a su programa
nuclear. La tensión actual parece concentrarse en Corea del Norte, que declaró
disponer de armas nucleares
el 24 de abril de 2003 (probablemente
aún no militarizadas)
e Irán, que dispone ya de uranio altamente enriquecido (HEU) y mantiene activo
un programa de misiles.
A modo
de curiosidad histórica, a principios de los años '70,
Franco encargó un estudio sobre la
posibilidad de construir armas nucleares. Aunque disponía de la tecnología
necesaria, reservas de uranio y una zona de prueba (el Sahara), finalmente se
desechó semejante proyecto. Actualmente se calcula que más de 40 países,
incluido el Estado español, disponen de la tecnología y recursos para
construir armas nucleares.
Ha habido varias situaciones en las que hubo
riesgo del inicio de una guerra nuclear. Además de la
Crisis de los misiles de Cuba, en octubre
de 1962,
ocasionada en respuesta al despliegue norteamericano de misiles en
Turquía y a la invasión de
Bahía de Cochinos,
ha habido al menos otras cinco ocasiones en las que los sistemas de guerra
nuclear de alguna superpotencia han entrado en alerta. El
9 de noviembre de
1979,
los ordenadores del
Pentágono notificaron súbitamente la
existencia de un ataque nuclear soviético masivo. Todo el sistema de represalia
nuclear se puso en marcha, los bombarderos despegaron y la defensa civil llegó
a activarse. Sin embargo, los datos procedentes de los satélites y de los
radares no coincidían, sin verse ningún misil soviético mientras los
ordenadores aseguraban que había 300 dirigiéndose a toda velocidad hacia los
Estados Unidos. Al final se comprobó
que alguien había
introducido inadvertidamente una cinta de entrenamiento como fuente de datos
del ordenador central analizador de amenazas. Estos hechos trascendieron a la
opinión pública e inspiraron la célebre película Juegos de Guerra.
Posteriormente el
3 de junio de
1980
se produjo otro incidente de alerta de
un ataque nuclear soviético a causa
de un chip defectuoso. El
26 de septiembre de
1983,
sólo 25 días después del derribo de un
Jumbo surcoreano
civil por las Fuerzas Aéreas Soviéticas, una rara conjunción del
equinoccio de otoño ocasionó un
error en la red de satélites soviéticos que estuvo a punto de disparar la
represalia de la URSS ante un falso ataque norteamericano. El más reciente
suceso del que se tiene noticia ocurrió el
25 de enero de
1995
de un cohete
suborbital
noruego, de dimensiones
parecidas a las de un misil
intercontinental. Aunque el lanzamiento había sido
notificado a la administración rusa de
Yeltsin, por extravío en la
comunicación este cohete real en el espacio activó la prealerta de toda la
fuerza nuclear rusa.
En
pleno siglo XXI pervive el peligro de un fin apocalíptico, bien por un acto de
agresión desde un Estado o desde una organización terrorista, todo ello sin
considerar los accidentes nucleares en instalaciones civiles. El Tratado de No
Proliferación Nuclear, de 1968 y firmado hasta la fecha por 189 países,
debiera avanzar en la triple dirección del paulatino desarme nuclear de las
potencias atómicas, el no incremento de potencias nucleares y el uso
exclusivamente civil de la energía atómica.
El
riesgo de una catástrofe proviene no exclusivamente de Irán o de Corea del
Norte, y haríamos bien las ciudadanías democráticas de todo el planeta en
exigir “políticas de futuro” para la erradicación progresiva del armamento
nuclear, tan disperso y diseminado por todos los continentes y océanos. El
Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA)
debiera velar simultáneamente por el desarme y contra el tráfico ilícito de
material nuclear, evitando no sólo que nuevos países ingresen en el tenebroso
club atómico, sino animando a la salida de tal círculo a los países que
apuestan por la paz (como hizo Nelson Mandela al desmantelar en Sudáfrica su
armamento nuclear). Sólo así podríamos disipar la amenaza nuclear, reduciendo
todos los arsenales al mínimo que bajo criterios de no-empleo por la
destrucción mutua asegurada baste para esa controvertida “disuasión nuclear”
que, es de reconocer, ha servido hasta la fecha para evitar una Tercera Guerra
Mundial.
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